Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en la web del Foro Económico Mundial (WEF)
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Uno de cada cinco españoles vive oficialmente debajo del umbral de la pobreza y la desigualdad social en el país ha aumentado de manera alarmante. La crisis ha puesto en primer plano unos conceptos que antes no tenían este protagonismo en el debate público. ¿Pero qué significa ser pobre en un país europeo y como se determina la desigualdad social? ¿Cómo medir estos fenómenos para obtener así una visión real y detallada de la situación socioeconómica y de su evolución como base para las decisiones políticas y la evaluación de las mismas? Está claro que para ello no basta con los clásicos indicadores omnipresentes en las noticias económicas como el producto interior bruto (PIB), su tasa de crecimiento, la renta per cápita (el PIB dividido entre la población, que como media aritmética nada nos dice sobre el reparto de la renta) y la tasa de paro (más aún cuando se extiende el empleo precario de modo que un trabajo ya no supone necesariamente unos ingresos dignos). Una elevada renta per cápita y una reducida tasa de paro no son sinónimo de menos pobreza y desigualdad, como muestra muy bien el caso de Estados Unidos. Pero estos conceptos se emplean demasiadas veces sin rigor y de manera confusa, como ilustraremos con algunos ejemplos, a la vez que intentaremos aclarar los más relevantes, empezando con la renta per cápita para pasar después a los indicadores específicos de pobreza y desigualdad.
La renta per cápita como indicador de riqueza y sus limitaciones
Empezando por lo más básico, son frecuentes las referencias de los medios de comunicación al G-7 como “los siete países más ricos (o industrializados) del mundo” o a Alemania como “el país más rico de Europa”, lo cual no tiene base alguna. Sucede que los siete países integrantes del G-7 eran en su momento (antes del ascenso de grandes países emergentes que llevó a la creación del G-20) las mayores economías nacionales del mundo, al igual que Alemania es la mayor de la Unión Europea (UE), en términos de PIB (que mide el valor monetario de la producción de un territorio en un periodo de referencia, normalmente un año). Pero sin ponerlo en relación con el tamaño poblacional, nada nos dice este indicador sobre la riqueza (hay países más ricos aunque debido a su menor población su PIB sea menor), lo cual debería ser obvio y nos lleva a la ya mencionada renta per cápita. Para usarla como indicador del nivel de vida hay que ponerla también en relación con el nivel de precios. Para tener en cuenta su variación con el tiempo, normalmente al alza (inflación), se divide el PIB o la renta per cápita nominal entre el llamado deflactor que indica el nivel de precios relativo al de un año de referencia (“año base”), para obtener así la evolución real, descontando el efecto de la inflación. Y para tener en cuenta las diferencias de precios entre diferentes países, se emplea el concepto de la paridad del poder adquisitivo(PPA): La renta per cápita de un país se divide entre su índice de nivel de precios, que indica el nivel de precios del país relativo a un nivel de referencia (en las estadísticas de la UE la media de la Unión), lo que ajusta la renta per cápita a la baja en los países más caros y al alza en los países con un coste de vida menor (como España, con un nivel de precios del 94,8% sobre la media de la UE en 2013) de modo que se pueden comparar los niveles de vida en términos de poder adquisitivo.
Sin embargo, este ajuste se suele llevar a cabo solamente a nivel de país, a pesar de que los precios también pueden variar mucho dentro de un país, un aspecto a tener en cuenta al comparar rentas per cápita regionales: Si la de Londres Interior, la mayor de la UE, triplica la media nacional británica (que en términos de PPA equivale aproximadamente a la de la UE), no se puede deducir lo mismo para el nivel de vida en la zona capitalina, dado que no se tiene en cuenta su mucho mayor coste de vida frente al resto del país al usar un mismo índice de nivel de precios para toda Gran Bretaña. Otra diferencia llamativa en la renta per cápita que tampoco se corresponde con el nivel de vida es la de Luxemburgo frente a sus países vecinos, a pesar de que aquí sí se ajusta por precios. Pero el PIB mide la producción llevada a cabo en un país, independientemente de la residencia de quien la genera, a diferencia del producto nacional bruto (PNB) de un país que incluye los productos y servicios generados por sus residentes. En la mayoría de los países la diferencia entre ambos indicadores no es demasiado importante, pero sí en un país pequeño como Luxemburgo, donde casi la mitad de los trabajadores reside en los países vecinos, contribuyendo al PNB de los mismos pero al PIB luxemburgués. De este modo inflan la renta per cápita luxemburguesa al entrar en el cálculo en el numerador (PIB) pero no en denominador (población residente), o dicho de otro modo, todo el PIB del ducado, inclusive la parte que pertenece a los residentes extranjeros, es repartido en las estadísticas oficiales solo entre la población residente, que por tanto aparece como más rica de lo que realmente es.
Medir la producción de una economía no es tarea fácil y el PIB (y con él la renta per cápita) no es un indicador perfecto que además se encuentra en constante evolución. Entre sus lagunas cabe mencionar la economía sumergida cuyo tamaño solo puede estimarse y el trabajo no remunerado que queda excluido: Si un viudo se casa con la empleada doméstica interna que le lleva las tareas del hogar inclusive el cuidado de sus hijos, dejando de pagarla con un salario a partir de entonces, el trabajo de ella ya no entra en el PIB aunque siga haciendo lo mismo que antes y tenga ahora un mayor nivel de vida. Por otro lado, muchos servicios públicos se financian a través de los impuestos sin que el ciudadano pague al usarlos o solo paga una pequeña tasa que no cubre de lejos su coste, por lo que no hay precios de mercado con los que valorar la contribución de estos servicios al PIB. Se valoran simplemente con su coste, con la consecuencia perversa de que el PIB aumenta con un incremento del gasto en estos servicios no solo si se traduce también en mejores prestaciones para los ciudadanos sino también si solo se debe a la ineficacia y el despilfarro.
Pero sobre todo hay que recordar que la renta per cápita es una media que no proporciona información sobre el reparto de la riqueza. Una pequeña minoría muy rica puede subirla considerablemente y como ya vimos en otro artículo reciente, en este tipo de distribuciones asimétricas, con una larga cola hacia la derecha (ya que los ingresos no están acotados hacia arriba) la mayoría de la población se sitúa debajo de la media. Y una monarquía petrolera de Oriente Próximo con amplias élites inmensamente ricas y gran parte de la población viviendo en circunstancias de lo más modestas puede tener una renta per cápita parecida a la de un país igualitario del centro o norte de Europa, ya que los extremos se compensan de cara a la media. Las enormes diferencias socioeconómicas entre ambas sociedades no quedan reflejadas en la renta per cápita. Para medirlas se requieren indicadores de desigualdad.
Cuantificando la desigualdad social
“No hay en este momento unos indicadores precisos ni en España ni en Europa sobre los datos de desigualdad” afirmó en 2013 el presidente del gobierno español Mariano Rajoy, cuando en 2011, aún como líder de la oposición y candidato a la presidencia, el mismo usó uno de ellos para reprochar a su contrincante Alfredo Pérez Rubalcaba en el debate televisado ante las elecciones generales del 2011 el aumento de la desigualdad en España durante el gobierno socialista al que perteneció Rubalcaba: “La diferencia entre el 20% que tiene más ingresos y el 20% que tiene menos es del 6,9 y la media europea del 4,9. Nosotros lo dejamos en el 5.” Sin duda una temática muy apta para poner en aprietos a un candidato socialista, pero resulta que dicho así la afirmación carece de sentido, cosa que por lo visto pasó inadvertida a los medios (y a Rubalcaba). ¿A qué “diferencia” se refería Rajoy? ¿Una diferencia de ingresos de 6,9 Euros anuales per cápita? ¿O del 6,9% sobre los ingresos de uno de los dos grupos? En ambos casos España sería el país más igualitario del mundo. Pero lo que realmente indican estos números no es ninguna diferencia sino el ratio entre los ingresos de ambos cuantiles, o dicho de manera más clara, que la quinta parte más rica del país en términos de ingresos ha obtenido en el año de referencia casi 7 veces más ingresos que la quinta parte más pobre. Este intuitivo indicador se conoce como el ratio S80/S20, que para los países más igualitarios del centro y norte de Europa tiene valores de entre 3 y 4. A él se refirió algo más de un año después también Cáritas, cuando denunció que los ingresos medios de las personas más ricas de España eran siete veces superior al nivel medio de ingresos de quienes tienen menos rentas, un mensaje llamativo que fue ampliamente reproducido en los medios de comunicación, que por lo visto no se dieron cuenta que está hueco de contenido: Al no especificar a qué se refiere con los “más ricos” y los que “tienen menos rentas”, ajustando la definición de ambos grupos la frase sería válida para cualquier país: En un país mucho más igualitario como los escandinavos podría ser el 5% más rico que tiene 7 veces más ingresos que el 5% más pobre.
Otro indicador muy extendido es el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de los ingresos en una escala de 0 (todos tienen los mismos ingresos) a 100 (todos los ingresos son para una sola persona) y que en la práctica se sitúa entre 20 y 80 para los países del mundo. Los más desarrollados suelen ser más igualitarios, situándose con la excepción de EE.UU. por debajo del 40. España con 34 tiene uno de los valores más elevados de Europa. El siguiente gráfico proporciona los detalles de su cálculo.