Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en la columna Plaza Pública en infoLibre, a través de la Fundación Alternativas
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Un análisis poco cuidadoso de los datos puede llevarnos a subestimar el impacto de las vacunas en la contención del covid-19.
Últimamente parece extenderse entre algunas personas cierto desencanto con las vacunas contra el covid-19. Y no me refiero a los “antivacunas”, que en España afortunadamente son relativamente pocos, sino a partidarios que al parecer se esperaban una mejora más drástica de la situación conforme progresa la vacunación y que interpretan reveses como el reciente repunte de la mortalidad en nuestro país como un fracaso de las vacunas. Recurriendo a una comparación muy gráfica, es como remontar un río en barco lamentándose de la debilidad del motor ante el avance lento, sin percatarse de que se está avanzando en contra de una fuerte corriente, que si no fuera por el motor arrastraría el barco río abajo a velocidad de vértigo.
¿Cuál es esta corriente en contra? Por un lado, la variante delta, que hasta mayo apenas existía en España, ya es prácticamente la única presente, siendo según los primeros estudios dos o tres veces más contagiosa que las variantes anteriores y duplicando su tasa de hospitalización. Es decir, en cuatro meses hemos pasado de una pandemia en la que aún pudimos aspirar a la inmunidad colectiva a otra mucho más virulenta, enfrentándonos a uno de los virus respiratorios más contagiosos que se conocen. A ello se añade que en paralelo hemos vuelto a una relativa normalidad (y algunos más que a la normalidad a una irresponsabilidad e insolidaridad incalificables), facilitando por tanto la propagación del virus. Que aun así el impacto de esta quinta ola haya sido mucho menor que el de olas anteriores y que llevemos desde finales de julio con la incidencia bajando con fuerza, es el más que notable mérito de las vacunas, que queda patente de forma muy clara en dos gráficos del último análisis epidemiológico (nº 94) de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica del Instituto de Salud Carlos III.
El primero nos muestra de qué manera ha bajado la mortalidad en relación con la incidencia, que es lo que se conoce como la letalidad de la enfermedad. (Es cierto que la incidencia reflejada en el gráfico depende de la capacidad de diagnóstico, que fue escasa en la primera ola, cuyo pico con la capacidad de tests de ahora se saldría del gráfico, pero a partir de la segunda ola es aproximadamente comparable). Mientras las primeras tres olas se caracterizaron por un marcado pico de mortalidad poco después del pico de incidencia, en la cuarta ola (esta primavera, con los más vulnerables ya vacunados) apenas hubo repunte de la mortalidad, y en la quinta ola ha sido muy reducido en comparación con la elevadísima incidencia.
El segundo gráfico evidencia uno de los motivos de esa bajada tan marcada de la letalidad. Donde la embestida de la variante delta en un contexto de relajación se mostró con toda su fuerza en esta quinta ola fue entre los jóvenes, con la inmensa mayoría sin vacunar. La franja de 20 a 29 años lleva tiempo encabezando la incidencia, pero en olas anteriores también acabó subiendo con fuerza en las demás franjas, como es lógico en una sociedad con relaciones intergeneracionales tan intensas como la española. En cambio, en esta quinta ola se ha propagado en mucho menor medida a los mayores, gracias a que ya estaban mayoritariamente vacunados. Por ello ha sido, como ya cabía esperar, sobre todo la ola de los jóvenes, que son los menos vulnerables. Obsérvese también que ya la cuarta ola pasó prácticamente de largo de la franja de edad de los mayores de 80 años, casi íntegramente vacunada ya entonces.
A ello se añade por supuesto que aquellos que se contagian a pesar de estar vacunados pasan en su gran mayoría la infección de una forma muy suavizada, lo que igualmente contribuye a bajar la letalidad y la tasa de hospitalización.
Hemos tenido una suerte inmensa de que la expansión de la variante delta nos alcanzara con la campaña ya tan avanzada, con una de las tasas de vacunación más altas del mundo. Ojalá otros países, que hasta ahora han recibido pocas dosis, puedan seguir pronto por el mismo camino.
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