--Según dos grandes estudios recientes, uno realizado en una decena de países europeos y otro con participantes de diferentes etnias de EE.UU, el café podría ser beneficioso para la salud y prolongar la vida, como ya sugirió un estudio de 2012, incluso en unas cantidades (3 tazas diarias o más) que hasta hace no mucho se consideraban excesivas. Y es que tradicionalmente el café ha sido considerado perjudicial dado que, entre sus consumidores, sobre todo los más cafeteros, se observaba una mayor mortalidad e incidencia de diferentes enfermedades. Pero, ¿cómo encaja esto con los nuevos hallazgos que apuntan a un efecto beneficioso del café?Esta aparente contradicción nos proporciona un ejemplo excelente para explicar por qué una correlación (los bebedores de café tienden a vivir menos) no implica causalidad (el café acorta la vida). Aquí estamos ante una correlación espuria, es decir, generada por factores de confusión (en este caso otros hábitos que influyen en la salud, como el consumo de tabaco y de alcohol, la dieta o la práctica de ejercicio físico). Muchos cafés van acompañados por un sobre de azúcar o un cigarrillo y, en general, parece que los bebedores de café, sobre todo los que más lo consumen, tienen una mayor tendencia a hábitos poco saludables, que son los que acortan la vida y perjudican la salud, sin que sea atribuible al café.Agrupando a las personas según estos otro hábitos, de tal forma que dentro de cada grupo sus integrantes tengan unos hábitos parecidos salvo en lo relativo al consumo de café, se observaría dentro de cada grupo una menor mortalidad e incidencia de patologías entre los consumidores frecuentes de café, lo cual sugiere un efecto beneficioso de su consumo. En cambio, considerando el conjunto de todas las personas sin distinguir los hábitos, observamos un aumento de la mortalidad con el consumo de café, debido al mayor peso relativo de los bebedores de café en los grupos de peores hábitos y, por tanto, mayor mortalidad. Es lo que se conoce como la paradoja de Simpson o el efecto Yule-Simpson. Los hábitos como factores de confusión distorsionan la comparativa hasta el punto de invertir la tendencia y llevarnos a la conclusión -posiblemente errónea - de que el café es malo.Es un fenómeno que se da en todo tipo de contextos, por lo que conviene plantearse siempre la existencia de posibles factores de confusión antes de sacar conclusiones precipitadas de una correlación. Veamos algunos ejemplos en otros ámbitos:- En 2015 Alemania se sorprendió por la noticia de que el 30% de la población de origen extranjero contaba con el grado escolar que da acceso a la universidad, frente al 28,5% del resto de la población, lo cual parece indicar que la integración en el ámbito educativo está más que conseguida. Pero otra vez estamos ante la paradoja de Simpson, en este caso con la edad como factor de confusión. Agrupando por franjas de edad vemos que en la mayoría de ellas la tasa es menor entre los extranjeros que entre los alemanes. Pero como la tasa de alumnos que alcanza dicho grado ha ido aumentando constantemente en las últimas décadas, ésta es más elevada entre los más jóvenes, que son precisamente el grupo con un mayor peso de inmigrantes, mientras que entre los mayores (con una tasa más baja de dicho grado escolar) hay menos inmigrantes.- En España los empleados públicos ganan de media más que los asalariados del sector privado, lo cual se ha llegado a interpretar como un privilegio más de los funcionarios, cuando en realidad se explica simplemente por el mayor peso relativo de asalariados del sector público en niveles de estudios superiores (sobre todo en sanidad y educación). El salario tiende a aumentar con el nivel de formación, lo que convierte la formación en un factor de confusión. Solo una comparativa dentro de cada nivel de formación permitiría hallar una diferencia salarial atribuible al carácter público o privado del empleo.- Si en un país las tasas de delincuencia son mayores entre los inmigrantes que entre el resto de población, cabe preguntarse hasta qué punto las diferencias persistirían en grupos de personas del mismo sexo, la misma edad y de un hábitat y una situación económicamente parecidos. Los inmigrantes suelen ser predominantemente hombres, de media más jóvenes que el resto de la población y suelen vivir en mayor proporción en barrios conflictivos y en situaciones económicas precarias, todos ellos factores generalmente asociados a una mayor delincuencia.Volviendo al ejemplo del café, hemos visto que la asociación de su consumo con una mayor mortalidad se invierte cuando se tienen en cuenta ciertos hábitos, perfilando el café como beneficioso. Del mismo modo, a priori, no puede descartarse que, incluyendo otros factores no tenidos en cuenta hasta ahora, la asociación se reduzca, desaparezca o vuelva a invertirse. A modo de ejemplo, podríamos preguntarnos si un elevado consumo de café podría estar asociado con una tendencia a ingerir mucho líquido en general, siendo esa la verdadera causa de una menor mortalidad e incidencia de patologías; o, dado que las personas sin problemas económicos suelen gozar de una mejor salud a la vez que pueden permitirse un mayor consumo de café, cabría pensar en el nivel de ingresos como factor de confusión.Otra limitación es que no todos los factores pueden medirse con exactitud, ya que se recogen a través de cuestionarios que deben ser sencillos de contestar, lo cual sólo permite categorizarlos a groso modo (por ejemplo: ejercicio físico diario, todas las semanas, ocasionalmente o nunca). También cabe la posibilidad de que el peor estado de salud de los que no beben café sea, en parte, precisamente la causa (y no la consecuencia) de no tomarlo, por ejemplo, por recomendación médica, lo que se conoce como sesgo de causalidad inversa.Se trata de limitaciones intrínsecas de los estudios observacionales, por lo que siempre conviene tomarse con cautela las correlaciones que arrojan. Para evitar estas limitaciones habría que recurrir a un estudio aleatorizado como en los ensayos clínicos. Repartiendo a los participantes por sorteo en diferentes grupos y administrando una determinada dosis de café diaria a cada grupo, desaparecerían los sesgos y, siendo los grupos suficientemente grandes, podríamos asumir que son razonablemente parecidos en lo referente a los demás hábitos, distinguiéndose solamente por el consumo de café. Así, habría una evidencia mucho más fuerte de que las diferencias observadas entre ellos son realmente atribuibles al café. Obviamente se trataría de una fuerte intervención en la vida de los participantes, inviable para un estudio de estas características.
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