Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en El Huffington Post
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Como alemán que soy recuerdo muy bien la épica remontada de nuestra selección en la final del mundial de fútbol de 1986 en México ante la Argentina de Maradona que se había adelantado con dos goles en la primera hora. Tras sendos goles alemanes en los minutos 74 y 81, parecía que se podría repetir la historia de la final de 1954 que Alemania ganó contra todo pronóstico ante la todopoderosa Hungría de Puskás por 3-2 tras ir perdiendo por 0-2. De hecho, ambas finales siguen siendo hasta hoy las únicas en la historia de los mundiales en los que se llegó a neutralizar una ventaja de dos goles. Pero en este segundo caso nuestra alegría apenas duró 3 minutos, los que tardó Argentina en volver a adelantarse en un contraataque que pilló desprevenido a una Alemania eufórica que buscaba completar la proeza con un tercer gol en los últimos minutos del tiempo reglamentario. Fue el 2-3 definitivo y después hubo lágrimas de rabia, por no haber sabido administrar con cabeza el empate alcanzado en el marcador, cuando Alemania no tenía motivos de temer la prórroga, dados la fortaleza física de la que había hecho gala en aquel campeonato y el efecto psicológico de la remontada.
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