Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en El Huffington Post
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El Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de publicar las tablas de mortalidad del año 2014 para España que arrojan una esperanza de vida de 82,9 años, uno de los valores más altos del mundo, cuya media global ha traspasado recientemente los 70 años. Hay que aclarar que cuando aquí hablamos de esperanza de vida sin más especificaciones, nos referimos como se explicará más adelante a la llamada esperanza de vida al nacer. Se trata de un indicador fundamental desde el punto de vista de la salud, pero al reducir la mortalidad a un solo número nos da una información parcial que hay que interpretar con precaución. Veremos por qué no debe considerarse sin más como la edad típica a la que se suele morir (una esperanza de vida de 40 años de hace unos siglos no significa en absoluto que las personas eran ancianas a los treinta y tantos años) y por qué salvo catástrofe la gran mayoría de la actual población española alcanzará una edad superior a estos 82,9 años, o para ser más específico, usando las esperanzas de vida de cada sexo, de 85,6 años en el caso de las mujeres y de 80,1 años en el caso de los hombres.
Tablas de mortalidad
Veamos primero cómo se obtiene la esperanza de vida. Partimos de una cohorte (que es como se denomina un conjunto de sujetos nacido en un determinado periodo, pongamos de un año) de nuestra población de estudio, que pueden ser los habitantes de un determinado país (en su conjunto o separado por sexo), un colectivo que sufre una determinada patología, o incluso otra especie, etc. Para los sucesivos años se apunta en una tabla de mortalidad el número de supervivientes al inicio del año y los fallecimientos a lo largo del año. Obviamente la diferencia entre ambos números da el número de supervivientes al inicio del siguiente año. Así se prosigue hasta que haya fallecido el último individuo de la cohorte y a continuación se puede calcular su esperanza de vida como el tiempo medio que han vivido los integrantes de la cohorte. Para una mayor exactitud se suelen llevar a cabo cálculos más complejos, teniendo en cuenta unos valores más exactos para los tiempos de vida, pero no vamos a entrar en estos detalles aquí.
Este tipo de tablas de mortalidad se llaman tablas de cohorte o de generación. Su elaboración requiere un estudio longitudinal que cubre todo el ciclo de vida de la cohorte, lo cual para una especie tan longeva como la humana, es poco práctico: Quedando en España al menos una persona viva nacida en 1901, la última quinta de españoles de la que en 2015 se podría completar una tabla de mortalidad y calcular su esperanza de vida - si tuviéramos todos los datos de nacimiento y de fallecimientos - sería la de los nacidos en el año 1900. ¿Cómo tenemos que entender entonces una tabla de mortalidad y una esperanza de vida correspondientes al año 2014?
La respuesta es que en la demografía se suele recurrir a estudios transversales para obtener tablas de periodo, siendo el periodo en nuestro caso de un año: Dicho de manera simplificada, para cada edad de N = 0, 1, 2, ..., 99 años enteros cumplidos se determina la tasa de mortalidad (dividiendo el número de fallecimientos a la edad N a lo largo del año entre el número total de residentes con edad N). A continuación estás tasas se aplican a una cohorte ficticia de 100.000 recién nacidos para obtener así sucesivamente el número de supervivientes con 1, 2, ..., 100 años. A los 100 años se suelen cortar las tablas de mortalidad, aunque este límite se está quedando obsoleto ya que es cada vez menos raro superar esta edad.
Vamos a representar ahora gráficamente varias tablas de mortalidad humanas, de la España contemporánea y del imperio romano, basándose esta última obviamente en una mera estimación. El eje horizontal representa la edad y el eje vertical el número de supervivientes de la cohorte a esa edad. Se trata de las llamadas curvas de supervivencia, muy utilizadas en la estadística aplicada a la demografía, la biología, la medicina y la ingeniería (en este último caso en un sentido más amplio, sustituyendo el evento del fallecimiento de un ser vivo por el fallo de un componente). Son muy útiles para comparaciones y nos muestran como el tamaño de la cohorte va decayendo conforme envejece:
La edad más frecuente para morir, la llamada moda de la distribución, marcada por el máximo de cada curva del segundo gráfico, es de 89 años (91 para las mujeres y 87 para los hombres).
La edad que divide la cohorte ficticia justo por la mitad, de modo que la mitad muere antes y la otra mitad después, la llamada mediana, es de 85 años (88 para las mujeres y 83 para los hombres). Es la edad que divide el área debajo de la curva de densidad por la mitad mediante un corte vertical, aunque es más fácil visualizarlo en la curva de supervivencia, como la edad correspondiente a 50.000 supervivientes, la mitad del tamaño inicial de la cohorte.
Finalmente, como ya vimos, la esperanza de vida (al nacer) es por definición la media de la distribución, que asciende a 82,9 años (85,6 años para las mujeres y 80,1 para los hombres) y que gráficamente se puede interpretar como el centro de gravedad de la curva de densidad. (Aclaración: En los primeros dos punto la edad no se refiere al valor exacto sino como en el lenguaje coloquial al número de años enteros cumplidos.) Esta relación moda > mediana > media es consecuencia de la asimetría de las distribuciones del segundo gráfico, como expliqué en un reciente artículo: Si bien es cierto que desconocemos el transcurso exacto de las curvas por encima de los 100 años de edad, sí sabemos que caen de manera bastante brusca, porque a los 100 años la esperanza de vida restante es de solo 2 años más y según las cifras de población citadas anteriormente, de los cerca de 12 mil españoles centenarios vivos, solo un 13% había cumplido también los 105 años y solo un 2% también los 110 años y por ahora no consta ningún español que jamás haya alcanzado los 115 años. (A nivel mundial, la edad más elevada acreditada jamás es la de una francesa que en 1997 falleció a los 122,5 años, un récord que tiene visos de perdurar aún bastante, porque en estos momentos no hay constancia de ninguna persona viva que supere los 116,5 años.) Por tanto, con la edad más frecuente para morirse ya en unos niveles en los que nuestros límites biológicos parecen dejar hoy por hoy un margen relativamente reducido para vivir más que esa edad, la curva de densidad cae de manera muy pronunciada hacia la derecha, mientras el margen para vivir menos es mucho más amplio, lo cual tiene su reflejo en una cola más extendida hacia la izquierda, sobre todo en el caso de los hombres. Esa cola desvía la mediana hacia la izquierda, es decir hacia edades inferiores, y más aún la media: Téngase en cuenta que a efectos de la mediana solo cuenta cuántos individuos se desmarcan hacia uno u otro lado de la tendencia central, mientras que a efectos de la media también importa cuánto se desvían. Por eso por ejemplo la mortalidad infantil, que apenas influye en la mediana al afectar solo a un 0,3%, sí tiene - dada la magnitud del desvío frente a la tendencia central de morir con ochenta y tantos años - cierto impacto sobre la media (es decir la esperanza de vida al nacer), reduciéndola en aproximadamente un cuarto de año. Del mismo modo los demás que mueren inusualmente pronto, aunque sean pocos, la bajan considerablemente. Por todo ello es de "solo" 82,9 años, cuando (como podemos ver en la curva de supervivencia) una clara mayoría de aproximadamente un 60% llega a edades superiores y un 50% alcanza o supera incluso los 85 años (mediana), y la edad más común para morir asciende a 89 años (moda). En fin, todo indica que (si la epidemia de la obesidad no lo impide) la actual población española vivirá más (y con mayor calidad de vida) que ninguna generación previa y que en la gran mayoría de los demás países. Pero recordemos que eso solo son estadísticas agregadas para todo una población. El resto, nuestra esperanza de vida individual, depende en buena parte de nosotros mismos y de nuestros hábitos.
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