Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en El Huffington Post
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La población mundial no para de crecer y, desde mediados del siglo pasado, casi se ha triplicado, tal como muestra el siguiente gráfico, basado en las estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
estimaciones de la ONU.
Ya hemos comentado que en la mayor parte del mundo desarrollado está por debajo de los dos hijos por mujer. Lo mismo se aplica para el gigante poblacional, China, debido a un severo control gubernamental de natalidad que se acaba de relajar. En América Latina y el Caribe, ya está en unos 2,15 hijos por mujer. En India, el otro gigante que, junto con China, supone más de la tercera parte de la población mundial, ha bajado ya a unos 2,5 hijos por mujer.
En 2,5 hijos por mujer se sitúa también la tasa mundial de fertilidad, que se ha reducido a la mitad en los últimos 50 años. Hoy por hoy, los problemas se centran en África, sobre todo en su franja central, (quitando el extremo sur y el extremo norte), con unos 5 hijos por mujer, y algunos países pobres de Asia; pero también en estas regiones se están consiguiendo avances.
Además, hay que tener en cuenta que la tasa de reemplazo generacional se sitúa en realidad por encima de los dos hijos por mujer que habíamos asumido hasta ahora, ya que nacen ligeramente menos niñas que niños, y algunas mueren antes de llegar a la edad fértil. En los países más ricos, la tasa de reemplazo no llega a 2,1, pero en zonas con una alta mortalidad infantil y de jóvenes pueden ser necesarios más de 3 hijos por mujer para que la población se mantenga estable. A nivel mundial, se maneja una tasa de reemplazo generacional de 2,33 hijos por mujer, por lo que ya no estamos muy lejos de ella.
Estamos, por tanto, ante unos cambios demográficos de enorme trascendencia que, sin embargo, reciben poca atención mediática, ya que aún no se han traducido en una destacable ralentización del crecimiento poblacional. ¿A qué se debe? Pues, si bien la tasa de fertilidad es la clave para la evolución de una población, sus efectos no son inmediatos. Tras generaciones con tasas de fertilidad muy superiores a los dos hijos por mujer en los países en vías de desarrollo, tal como explicamos, su población tiene una estructura por edad en forma de pirámide, con muchos jóvenes y pocos mayores, de modo que, aunque ahora cada mujer tenga menos de dos hijos de media, hay tantas mujeres en edad fértil que la natalidad sigue superando a la mortalidad, dada la baja proporción de mayores que, además, viven cada vez más tiempo.
En consecuencia, la población seguirá creciendo inicialmente, fruto de las elevadas tasas de fertilidad del pasado. Ya con el tiempo, de mantenerse la tasa de fertilidad por debajo de los dos hijos por mujer, la población se redistribuirá sobre las franjas de edad, acercándose a la estructura de equilibrio correspondiente a la nueva tasa de fertilidad; es decir, que envejecerá, como ya pasó en los países desarrollados.
Por tanto, aumentará la tasa bruta de mortalidad y bajará la proporción de mujeres fértiles y, con ello, la tasa bruta de natalidad, y habrá decrecimiento vegetativo. (De la misma forma, si en una envejecida población de un país industrializado la tasa de fertilidad repuntara, para situarse por encima de los dos hijos por mujer, dado el reducido número de mujeres en edad fértil y la gran proporción de mayores, inicialmente pasaría tiempo hasta que se volviera a producir un crecimiento vegetativo.)
Por tanto, cabe esperar una pronta ralentización progresiva del crecimiento poblacional que, de hecho, fuera de África, ya se está dando desde hace casi tres décadas, como muestra la curva roja discontinua del último gráfico. Y, dependiendo de cómo sigan evolucionando las tasas de fertilidad, es muy posible que la población mundial toque techo ya en este siglo, para dar paso a un decrecimiento. Puede que, dentro de unas pocas generaciones, la preocupación ya no sea la sobrepoblación del mundo, sino un envejecimiento cada vez más extendido, como ya conocemos en los países industrializados, pero siendo cada vez más difícil compensarlo a través de la inmigración, al haber cada vez más países que necesitan de ella, y cada vez menos países con un exceso de jóvenes.
En todo caso, otro aspecto a tener en cuenta es que, en realidad, el número medio de hijos por mujer podría no estar cayendo tan deprisa como indica la reducción de la tasa de fertilidad. Es cierto que la tasa de fertilidad pretende precisamente medirlo pero, para conocerlo en una determinada quinta de mujeres, habría que esperar hasta que tengan una edad a la que se pueda dar por finalizado su ciclo reproductivo, que se suele fijar en 50 años. Y para poder llevar a cabo pronósticos demográficos, es de poca utilidad conocer la tasa de fertilidad retroactivamente, interesa medir la de las mujeres que actualmente están en edad fértil, y que puede ser muy diferente a la de las mujeres que ahora tienen 50 años.
Para ello, se desglosan los nacimientos a lo largo de un año según la edad de la madre, para poner el número de nacimientos a cada edad en relación con el número total de mujeres de esta edad, y obtener así una tasa de fertilidad específica para cada edad. La suma de todas ellas sobre todas las edades nos da la tasa global de fertilidad. Se corresponde con el número medio de hijos por mujer de una cohorte ficticia de mujeres que, a lo largo de su ciclo reproductivo, mantiene la fertilidad específica por edad observada en este mismo año para el conjunto de todas las mujeres.
Lo que sucede es que esta medida se ve distorsionada por un efecto estadístico denominado efecto tempo, según el cual varía la edad a la que las mujeres suelen tener hijos, que es algo que está ocurriendo en muchos países, donde no sólo baja el número de hijos por mujer, sino que sube también la edad a la que los suelen tener.
Para entender el efecto, supongamos una población en la que todas las mujeres tienen un hijo y todas lo tienen a los 25 años; hasta que, de repente, todas las que aún no han cumplido los 25 años deciden posponer la tenencia de su hijo hasta los 30. Hasta cinco años después, cuando las primeras de ellas cumplan esa edad, no nacerán niños, por lo que, mientras tanto, la tasa de fertilidad cae a 0, antes de volver a su valor previo de un hijo por mujer. Se trata de una bajada temporal, producida sólo por el retraso de la maternidad, que no se corresponde con ninguna bajada real del número de hijos que cada mujer tiene a lo largo de su vida, que sigue siendo de uno para todas ellas.
Un ejemplo real nos lo proporciona España, que vivió una bajada dramática de su tasa de fertilidad de 2,80 hijos por mujer en 1976 a 1,15 en 1998, un valor extremadamente bajo que, en parte, se explica por el efecto tempo, ya que durante el mismo periodo, la edad media de la madre al tener su primer hijo subió desde los 24,9 hasta los 28,9 años; es decir, en menos de una generación, la maternidad se retrasó cuatro años.
Desde entonces, esta edad ha seguido subiendo hasta los 30,6 años en 2014, convirtiendo a España en uno de los países de maternidad más tardía de la UE, mientras la tasa de fertilidad se ha recuperado hasta los 1,32 hijos por mujer, que sigue siendo una de las más bajas del mundo. Sin embargo, estas tasas subestiman el número medio de hijos de las españolas, mientras continúe la paulatina subida de la edad media para tener hijos.
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