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La violencia de género y el azar

Actualizado: hace 4 días

Articulo de Ansgar Seyfferth publicado en El País, en la columna de la Fundación Alternativas

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El reconocimiento de patrones en unos datos cuando solo hay irregularidades propias de la casualidad es una falacia común, sobre todo cuando se tiene una teoría que encaja con el supuesto patrón Julio es el mes del año con más mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en España desde que estos crímenes empezaron a registrarse específicamente en 2003. Así lo destacaron numerosos medios de comunicación, al saldarse el pasado mes de julio con nueve mujeres víctimas mortales de violencia machista, la cifra mensual más alta en lo que va de año. En un telediario hasta se ofreció una posible causa: las vacaciones, que tal como explica una psiquiatra son una época especialmente propicia para la violencia de género, aunque no se indica en cuántos de los casos asesino y víctima realmente estaban de vacaciones, una circunstancia que tampoco se recoge en las estadísticas oficiales. También queda la duda de por qué el pico no se da entonces en el principal mes vacacional en España, agosto, que este año con una cifra de tres asesinatos se perfila precisamente como uno de los meses menos mortíferos. Podríamos pensar en otras causas, como el calor que aumenta la irascibilidad, que sin embargo no puede explicar por qué enero es el segundo peor mes, tanto de toda la serie histórica, como (por ahora) de este año con ocho casos. Pues con especulaciones de este tipo estamos incurriendo en un tipo de error muy común –al menos fuera del ámbito científico– a la hora de interpretar datos estadísticos. Ante una mayor incidencia de asesinatos durante un intervalo de tiempo se buscan enseguida causas que expliquen por qué la violencia se intensificó o tal vez por qué las medidas de protección a las mujeres amenazadas fueron menos eficaces, pasando por alto que aparte de estos factores también hay todo tipo de casualidades que pueden determinar si una mujer entra en la macabra estadística y de ser así, en qué día de qué mes: el momento en el que el odio del agresor llega a su máxima cota, cuándo encuentra la ocasión para atacar a su víctima, si ella tiene oportunidad de escapar, si en este momento alguien pasa por ahí y acude en su ayuda, cuánto tarda en llegar la ambulancia, si una puñalada afecta un órgano vital o penetra justo al lado, etc. Este componente aleatorio nos obliga a ser cautos cuando creemos haber detectado un efecto o un patrón en los datos, como el mencionado pico de asesinatos en julio. Antes de buscarle explicaciones hay que preguntarse siempre si los datos realmente evidencian que se trata de un efecto real, o si simplemente podría ser fruto del azar, sobre todo cuando nos basamos en números de casos reducidos en términos estadísticos. A nadie se le ocurriría buscar una causa que explique por qué al lanzar una moneda cuatro veces le ha salido tres veces ‘cara’ y solo una vez ‘cruz’, porque es perfectamente compatible con las variaciones a las que nos tiene acostumbrados el azar, y en los siguientes cuatro lanzamientos el resultado puede ser al revés. La clave es que el impacto del azar tiende a pesar cada vez menos conforme crecen los números: si seguimos lanzando la moneda una y otra vez, las proporciones de ‘cara’ y de ‘cruz’ tenderán a igualarse, siempre y cuando la moneda es ‘justa’. Que al lanzar la moneda 40 veces salga 30 veces ‘cara’ y diez veces ‘cruz’, no es imposible pero muy poco probable con una moneda justa. Por tanto, si eso ocurre, sí tenemos motivos para suponer, o al menos sospechar, que más allá del azar se trata de un efecto sistemático, con una causa concreta, como que la moneda está trucada para favorecer la aparición de ‘cara’. En el lenguaje científico se dice entonces que el predominio observado de ‘cara’ es estadísticamente significativo. Antes de ver qué implicaciones tiene todo ello para los asesinatos machistas y cuál es su evolución, debe quedar claro a qué datos nos referimos. Según algunos medios, como el telediario citado anteriormente, el pasado julio fue el segundo peor mes en (casi) 17 años de serie histórica, cuando en realidad fue, junto a otros seis, el octavo mes con más mujeres asesinadas por sus (ex) parejas. El error se debe a que incluyeron en el dato de julio el asesinato de un niño a manos de su padre (cometido para infligir el máximo daño a la madre), cuando en los demás meses de la serie histórica estos casos no están incluidos, ya que se registran en una estadística de violencia de genero aparte, y solo desde el año 2013. (Si queremos sumar también estos casos, la serie histórica se acorta por tanto a menos de siete años, dentro de los cuales el pasado julio tampoco sería el segundo peor mes, sino el cuarto). Por otro lado, cada número de casos va en relación con un periodo de tiempo y una población de referencia. Diferentes números de casos solo son comparables directamente si tanto la duración del periodo como el tamaño de la población son (aproximadamente) iguales, lo cual no es nuestro caso. Si se comparan datos de diferentes meses, no puede obviarse que los de 31 días son un 11% más largos que el mes de febrero de un año no bisiesto. Y en una comparativa que se remonta hasta principios de 2003 hay que tener en cuenta que desde entonces la población femenina de 14 o más años, que es el colectivo que se considera potencialmente amenazado por la violencia de género, ha crecido un 12% (hasta el 1 de enero de 2019, según el Instituto Nacional de Estadística). Por ello, para las comparativas los números absolutos deben transformarse en tasas anuales por cada 100.000 mujeres (que es como se procede también al comparar con otros países con diferentes tamaños poblacionales). Para evidenciar la importancia de este doble ajuste, cabe señalar que con ello el pasado julio pasa a ser el decimosexto peor mes de la serie histórica en términos reales. Resulta revelador comparar la evolución de los asesinatos machistas con la de los homicidios intencionados de todo tipo (que por tanto incluye los asesinatos machistas). El siguiente gráfico muestra la evolución de ambas tasas anuales. Acorde con lo dicho previamente, la de las víctimas mortales de violencia de género no incluye los asesinatos de los hijos y se ha calculado sobre la población femenina de 14 o más años, mientras que la de los homicidios en general se refiere a la población española entera. Dentro del área del gráfico se indican los correspondientes números absolutos de casos. Se observa una tendencia descendente, que para los asesinatos machistas es menos acentuada, lo que implica que tienen un peso cada vez mayor dentro del total de homicidios. (Dado que las mujeres son minoría entre las víctimas de homicidios en general, ya alrededor de la mitad de todos los homicidios a mujeres son cometidos por sus parejas o exparejas).


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